Ser mamá implica un trabajo de tiempo completo y aunque ser una mamá de la realeza, a los ojos del mundo, podría ser catalogado como una tarea más sencilla porque están rodeadas de muchas personas, lo cierto es que esta labor es igual que una madre "normal".
Así que entre la realeza, se ha seguido un estricto protocolo al que se deben apegar las futuras royals, en el que la casa real decide cada detalle la organización para la llegada del nuevo integrante de la familia y más cuando se trata de quienes están dentro de la línea directa de sucesión al trono.
Antes de 1981, las mamás reales se encontraban bajo un protocolo riguroso sobre la forma en la que se debían comportar y qué debían hacer respecto a la crianza de sus hijos, sin embargo, debido a la princesa Diana, algunas reglas quedaron atrás pero hay otras que permanecieron.
Las reglas:
Antes que cualquier otra persona en el reino, la primera en enterarse del embarazo debe ser la reina Isabel y lo mismo sucede al momento del nacimiento. La noticia de la dulce se hará pública a través de los medios oficiales de la familia real a partir del tercer mes de embarazo, es decir, no están permitidas las exclusivas.
En cuanto a la vestimenta, para las mujeres de la realeza, el escote es un elemento que está prohibido en las reglas de etiqueta y cuando están embarazadas esa regla es aún más estricta, pues en esta etapa los senos tienden a hacerse más grandes debido a la lactancia.
Tampoco se revela el sexo del bebé, ni se organizan fiestas para ese propósito, como en la actualidad es habitual. Cuando se practica el ultrasonido, el resultado solamente lo conoce la reina y no se comparte ni con otros familiares ni amigos. Si bien ya no tienen que guardar reposo absoluto como sucedía antes, las royals embarazadas tienen prohibido viajar y hacer actividades que impliquen un riesgo. Tras dar a luz, dejarán sus actividades reales por un periodo de cuatro meses.
La princesa Diana tuvo que seguir el estricto protocolo cuando estuvo embarazada del príncipe William. Lo que pocos sabían en ese entonces fue que sufría de hiperémesis gravídica, un padecimiento que ocasiona episodios de náuseas y vómitos tan intensos y repetidos que pierden peso durante los primeros meses de embarazo.
Diana se desmayó en una ocasión cuando estaba embarazada y en sus confesiones al autor Andrew Morton dijo que sentía que el mundo se le derrumbaba a su alrededor porque no comía ni dormía bien. “Los vómitos eran horribles, y solo podía estar acostada. Con Harry me sentí bien, pero con William fue espantoso porque mi esposo no me creía. Eso lo hacía todo peor”, contó.